Pocas veces, poquísimas, podemos consternarnos en la butaca de una sala de teatro de en nuestro país. ¿Será por la desidia de la programación, por la aridez de las propuestas cada vez menos arriesgadas o, si se prefiere, más auto referenciales?
La noche que vimos Plush, del Teatro de la Vuelta, compañía unipersonal, ocurrió la mágica sensación tantas veces deseada.
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